Los recuerdos de mi juventud
Eran los años noventa, una época marcada por rituales tan extraños como necesarios, uno de ellos era esa costumbre casi universal de acudir a una academia para preparar el ingreso a la universidad. Mi padre, con esa mezcla de entusiasmo y autoridad que lo caracterizaba, no dudó en acompañarme, inscribiéndome en una de esas instituciones que prometían un futuro brillante, yo por mi parte, me dejé llevar por la novedad del entorno, recuerdo a los profesores, tenían un humor sencillo, casi entrañable, que hacía que el aprendizaje fuera menos pesado, había chicos que parecían más interesados en practicar el arte de la conquista que en resolver ecuaciones, y chicas que, quizá por curiosidad o por deseo, caían en los brazos de aquellos pequeños casanovas. Pero mi mundo, incluso entonces, era otro, lo mío no era perderme en ecuaciones, miradas furtivas, o la conquista a las jóvenes féminas, lo mío, lo sabía con la certeza de una pasión temprana, era la literatura.
