Contabilidad, Proceso Contable

Una travesía por el proceso contable

Hay disciplinas que viven en la superficie del mundo —ruidosas, visibles, encendidas— y otras que habitan en el subsuelo, en un silencio solemne donde, sin llamar la atención, sostienen el orden de lo que existe, la contabilidad pertenece a esta última especie. No hace alarde, pero sin ella, nada se sostendría en pie, y dentro de su núcleo, el proceso contable con sus tres actos inevitables: apertura, movimiento y cierre, es la estructura oculta que sostiene la verdad financiera.

Todo comienza con la apertura, ese momento inaugural que no surge de la nada, sino que carga consigo el peso de un legado, el saldo inicial de cada cuenta, como si el tiempo se plegara sobre sí mismo, el asiento de apertura recoge los últimos vestigios del año anterior y los deposita como punto de partida. Aquí no hay olvido, cada activo, cada pasivo, cada cifra patrimonial representa una historia previa que se transforma en punto de arranque, permitiendo que el nuevo ejercicio no sea una invención, sino una continuidad.

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Inventarios: el arte de no olvidar lo que se tiene

Métodos PEPS y PROMEDIO

A veces, la historia de una empresa no se escribe con palabras, sino con cajas apiladas, cajas que entran, salen, se transforman o se quedan demasiado tiempo sin razón. En ese tránsito silencioso vive uno de los pilares más sensibles de toda organización: el inventario.

Los inventarios no son objetos dormidos, son activos realizables, aquellos que se venden, se consumen, se transforman. Viven para moverse, no son como los activos fijos que reposan en la fábrica o en la oficina, están hechos para desaparecer… pero dejando su huella, esa huella se llama costo de ventas.

El tratamiento que se les dé a los inventarios afecta directamente al Estado de Resultados, el costo de lo vendido —ese número que separa la ilusión de facturar del beneficio real— depende de cómo valoremos lo que salió. Si sobrestimamos el inventario final, maquillamos la ganancia, si lo subestimamos, nos castigamos innecesariamente. El inventario, entonces, no es solo físico, es también moral.

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Ventas que no se dicen

La delgada línea entre el ingreso y la omisión

En el mundo contable, hay números que gritan y números que callan, y entre esos silencios que pesan más que cualquier cifra, están las ventas no registradas, las que no figuran, las que no se declaran, las que, aunque existieron, no dejaron huella formal, pero su sombra… siempre queda.

El Registro de Ventas no es un simple libro, es en muchos sentidos, el corazón económico de la empresa. Allí se inscriben los ingresos que alimentan el flujo operativo, se determinan los impuestos por pagar y se estructura buena parte del Estado de Resultados, sin este registro no se puede saber cuánto realmente produce una organización, el Estado de Situación Financiera queda incompleto, maquillado o francamente distorsionado.

Según la NIC 18, una venta debe reconocerse cuando se transfiere el control y los beneficios económicos al comprador, no cuando se quiere, ni cuando conviene, sino cuando ocurre. Esa norma internacional, tan clara como exigente, rige sobre todo en empresas medianas y grandes que reportan bajo NIIF, donde las ventas se reconocen con precisión, sus efectos se miden, y su impacto se refleja en toda la cadena financiera y tributaria.

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Compras que construyen la verdad financiera

La historia de una empresa también se escribe con lo que entra por sus puertas, bienes, servicios, materia prima, mantenimiento, logística. Lo que se compra no solo mueve el día a día, define el futuro, porque una empresa no crece solamente por lo que vende, sino por cómo gestiona lo que adquiere.

El Registro de Compras es la bitácora que recoge esa historia, cada adquisición bien registrada no solo respalda un gasto, sino que valida un crédito fiscal, construye un resultado operativo real y sustenta la estructura financiera de la empresa.

Este libro contable no solo es una obligación tributaria; es una declaración de integridad. Su correcta elaboración —siguiendo los formatos vigentes exigidos por SUNAT— garantiza que el Estado de Resultados refleje fielmente el costo de operar, y que el Estado de Situación Financiera muestre pasivos reales, no ficciones elaboradas a conveniencia.

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El Libro Diario y el Libro Mayor, el trazo del contador.

Donde empieza a escribirse la historia financiera

Antes de que exista un estado financiero, antes de que haya un balance, una utilidad o una pérdida, está el primer trazo, la línea inicial, ese momento en que alguien —no un economista, no un gerente, sino un contador—toma una transacción y la transforma en lenguaje contable, y para hacerlo, recurre a la primera herramienta, el Libro Diario.

El Libro Diario es el inicio del relato contable, en sus páginas —o en sus celdas digitales— se registran cronológicamente todas las operaciones de una empresa, cada venta, cada compra, cada movimiento bancario, cada hecho económico que impacta el patrimonio, es la bitácora diaria de lo que ocurre con los recursos, una suerte de diario íntimo que no admite omisiones.

La normativa tributaria peruana, respaldada por la SUNAT, exige que el Libro Diario se lleve de acuerdo con formatos preestablecidos, existen dos modalidades:

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Dinero en Efectivo y en cuentas bancarias: el pulso de lo real

Hay algo casi visceral en el movimiento del dinero, a diferencia de otras cuentas contables que parecen más teóricas o lejanas, el efectivo y las cuentas corrientes palpitan con vida propia, cada billete que entra o sale, cada abono o débito bancario, es una huella tangible del quehacer de una empresa. Por eso, el Libro Caja y Bancos no es un simple registro operativo, es el lugar donde se ve, sin maquillajes, cómo late el corazón financiero de una organización.

Este libro tiene dos formatos establecidos por la SUNAT:

  • El Formato 1.1, donde se detalla cada movimiento en efectivo, ingresos por ventas al contado, retiros para pagos menores, fondos recibidos o entregados directamente. Aquí vive el mundo físico del dinero, lo que se toca, se transporta, se guarda.
  • El Formato 1.2, que registra los movimientos bancarios, transferencias, abonos, giros, cheques, pagos electrónicos, aquí habita el dinero digital, el que deja rastros invisibles pero auditables.

Ambos formatos, bien llevados, permiten controlar la liquidez y evitar distorsiones, pero si se descuidan o se manipulan, se convierten en el primer foco de riesgo, malversación, doble gasto, omisión de ingresos, pagos fantasmas.

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Conciliación bancaria para confiar

Cuando el banco y la empresa deben hablar el mismo idioma

Hay un momento, en toda gestión contable, donde los números parecen enfrentarse entre sí, por un lado, está lo que la empresa cree tener en el banco, por otro, lo que el banco realmente dice que tiene. Y entonces aparece un ejercicio silencioso, paciente y revelador, la conciliación bancaria.

Lejos de ser un trámite más, conciliar es reconciliar dos verdades que no siempre coinciden, pero que deben encontrarse. Es un proceso que exige rigor, memoria, humildad y, sobre todo, honestidad, porque cuando la empresa empieza a mentirse sobre su liquidez, todo lo demás comienza a tambalear.

La conciliación bancaria consiste en comparar el saldo de la cuenta corriente según los libros contables de la empresa, con el saldo que aparece en el estado de cuenta emitido por el banco. ¿La diferencia se explica?, ¿no se explica?, ¿se investiga?, porque cada desajuste tiene un nombre, cheques en tránsito, depósitos no registrados, cargos bancarios omitidos, abonos duplicados, errores humanos… o intencionales.

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El cierre contable, cuando una empresa se mira de frente

Llega un momento, al final del año contable, donde toda empresa —por pequeña, por caótica o por ambiciosa que haya sido— debe detenerse, Mirar atrás, reunir todo lo que fue y dejarlo escrito. Ese momento se llama cierre contable, y no es un simple trámite, es el acto en el que la empresa asume lo que ha sido.

El cierre contable no es automático, es un proceso metódico, estructurado, muchas veces complejo, pero esencial. Su propósito es uno, dejar en cero las cuentas que corresponden al ejercicio económico que termina, para que el nuevo año comience sin residuos, porque en contabilidad, como en la vida, lo no cerrado tiende a arrastrarse.

Este procedimiento implica cerrar todas las cuentas de resultados —ingresos, gastos, costos— que conforman el elemento 6 y el elemento 7 del Plan Contable General Empresarial, y esas cifras, al cerrarse, no desaparecen, se trasladan, van a desembocar en un lugar clave, a veces temido, a veces celebrado, el Elemento 8, donde habita la cuenta de resultados del ejercicio.

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