Contabilidad, Proceso Contable

Conciliación bancaria para confiar

Cuando el banco y la empresa deben hablar el mismo idioma

Hay un momento, en toda gestión contable, donde los números parecen enfrentarse entre sí, por un lado, está lo que la empresa cree tener en el banco, por otro, lo que el banco realmente dice que tiene. Y entonces aparece un ejercicio silencioso, paciente y revelador, la conciliación bancaria.

Lejos de ser un trámite más, conciliar es reconciliar dos verdades que no siempre coinciden, pero que deben encontrarse. Es un proceso que exige rigor, memoria, humildad y, sobre todo, honestidad, porque cuando la empresa empieza a mentirse sobre su liquidez, todo lo demás comienza a tambalear.

La conciliación bancaria consiste en comparar el saldo de la cuenta corriente según los libros contables de la empresa, con el saldo que aparece en el estado de cuenta emitido por el banco. ¿La diferencia se explica?, ¿no se explica?, ¿se investiga?, porque cada desajuste tiene un nombre, cheques en tránsito, depósitos no registrados, cargos bancarios omitidos, abonos duplicados, errores humanos… o intencionales.

La cuenta corriente bancaria, por su parte, es más que una simple cuenta de depósito, es el canal principal por donde fluye la actividad financiera formal de una empresa. A través de ella se paga a proveedores, se recibe de clientes, se gestiona la planilla, se hacen transferencias, se pagan servicios. Es, en esencia, el puente entre la contabilidad interna y el sistema financiero nacional.

Por ello, la bancarización no es una sugerencia, es una obligación legal y práctica, según la normativa peruana, esta obligación de utilizar medios de pago bancarios aplica a operaciones desde S/ 2,000 o US$ 500, tanto para personas naturales como jurídicas de lo contrario, pierde validez tributaria para deducir gastos o reconocer créditos fiscales.

Este marco se refuerza con la aplicación del ITF (Impuesto a las Transacciones Financieras), un tributo de tasa baja, pero de alta cobertura, que permite a la SUNAT mapear el comportamiento financiero de cada entidad. Cada abono, cada giro, cada retiro queda registrado, lo que no pasa por el banco, simplemente no existe a ojos del Estado.

Y ahí aparece el dilema cotidiano: ¿conciliamos porque lo exige la norma… o porque lo exige la verdad?, porque si el saldo bancario no concilia con el saldo contable, lo que está en juego no es solo un monto, es la confianza, el contador no puede declarar liquidez si no sabe, con certeza, cuánto dinero tiene la empresa en el banco.

Un caso recurrente se da en empresas de servicios que manejan pagos electrónicos, POS, transferencias y cheques, muchas veces, el ingreso aparece en la cuenta bancaria, pero no ha sido registrado aún en la contabilidad, o viceversa. Esa diferencia —aunque parezca menor— puede alterar la presentación del Estado de Situación Financiera y hacer creer que hay fondos disponibles cuando en realidad son fondos retenidos o comprometidos.

Además, la falta de conciliación oportuna puede ocultar errores bancarios (débitos indebidos, cargos duplicados) o incluso fraudes internos, como abonos manipulados o transferencias sin autorización.

Por eso, la conciliación bancaria debe convertirse en un acto rutinario y obligatorio, no en una tarea postergada. Debe hacerse mensualmente, al cierre contable, y debe estar documentada y sustentada, es una forma de cuidar no solo los números, sino la reputación de la empresa, porque una cuenta que no concilia es una empresa que no se conoce a sí misma.

Y como en todo lo contable, lo importante no es solo registrar, es comprender. Es que cada partida tenga sentido, que cada sol tenga respaldo, que lo que dice el banco coincida con lo que refleja el libro. Solo así, los estados financieros pueden hablar con la autoridad de quien conoce su verdad.