La delgada línea entre el ingreso y la omisión
En el mundo contable, hay números que gritan y números que callan, y entre esos silencios que pesan más que cualquier cifra, están las ventas no registradas, las que no figuran, las que no se declaran, las que, aunque existieron, no dejaron huella formal, pero su sombra… siempre queda.
El Registro de Ventas no es un simple libro, es en muchos sentidos, el corazón económico de la empresa. Allí se inscriben los ingresos que alimentan el flujo operativo, se determinan los impuestos por pagar y se estructura buena parte del Estado de Resultados, sin este registro no se puede saber cuánto realmente produce una organización, el Estado de Situación Financiera queda incompleto, maquillado o francamente distorsionado.
Según la NIC 18, una venta debe reconocerse cuando se transfiere el control y los beneficios económicos al comprador, no cuando se quiere, ni cuando conviene, sino cuando ocurre. Esa norma internacional, tan clara como exigente, rige sobre todo en empresas medianas y grandes que reportan bajo NIIF, donde las ventas se reconocen con precisión, sus efectos se miden, y su impacto se refleja en toda la cadena financiera y tributaria.
Pero hay otro mundo. uno más turbio, más cotidiano. el de las pequeñas y medianas empresas donde el control es difuso y la ética muchas veces se negocia al paso. Allí, en ese territorio ambiguo, no es raro que los contadores reciban propuestas peligrosas.
Yo lo viví, recuerdo que en una empresa industrial, el gerente me llevó a su oficina tras revisar mis primeros reportes, me habló de eficiencia, de costos, de competitividad, y luego, con una sonrisa amable pero firme, me sugirió: “Ronald, en vez de registrar todas estas ventas… ¿por qué no dejamos algunas sin comprobante?, nos ahorramos el IGV, nadie se va a enterar.”
Me congelé, no por sorpresa —era una práctica común en ciertos entornos— sino por decepción. Esa propuesta no solo afectaba el pago de impuestos, afectaba la credibilidad de los Estados Financieros, el cálculo real de la rentabilidad, la proyección para futuros créditos y hasta la posibilidad de competir sanamente.
Las ventas no registradas también afectan al trabajador, distorsionan las comisiones, reducen el fondo de utilidades, y comprometen el acceso al crédito, afectan al país, debilitando la recaudación y alimentando la informalidad. Pero sobre todo, afectan a la empresa misma, que termina construyendo un castillo con bases falsas. Basta una fiscalización, un cruce de información o una denuncia para que todo se desmorone.
El Registro de Ventas debe reflejar la verdad económica de la empresa, tanto las ventas gravadas como las no gravadas deben registrarse. Lo mismo ocurre con las notas de crédito y débito, que ajustan operaciones pero no deben usarse para borrar rastros. La SUNAT exige formatos específicos, estructura clara, consistencia. Pero más allá del formulario, está la decisión de ser transparente o de vivir en la penumbra.
Mientras en una pequeña tienda de repuestos en La Victoria puede ser común vender sin boleta para ahorrar el IGV, en una empresa minera que cotiza en bolsa, eso sería impensable, no solo porque sean más éticos, sino porque el sistema los obliga, y porque hay mucho más en juego.
En este dilema se forma el contador, allí entre la legalidad y la lealtad, entre el cliente y la verdad, entre la presión y la dignidad. Porque registrar una venta no es solo apretar una tecla, es elegir el tipo de profesional que uno quiere ser.